Wednesday, April 30, 2008

Sigo luchando por ser independiente

Entrevista a Hernando Salazar









Domingo 27 de Abril 2008
Por Luz Ángela Castaño González


ESPECIAL PARA EL NUEVO DÍA

Hernando Salazar, ibaguereño, es comunicador social y periodista de la Universidad de la Sabana y catedrático de Periodismo de la Universidad Javeriana. Cuenta con varias especializaciones en universidades del país y del exterior. Ha sido editor político del diario El Tiempo, director de emisión de los noticieros del canal City TV de Bogotá, subdirector del Noticiero Nacional, director del diario El Nuevo Día de Ibagué, jefe de prensa de la Fiscalía General de la Nación y Defensor delegado para la libertad de expresión e información de la Defensoría del Pueblo.

También ha trabajado en Colprensa, La Prensa, Semana, Telenoticiero del Mediodía, Noticias 1 y QAP Noticias. Ha publicado tres libros, numerosos reportajes, entrevistas, crónicas y análisis periodísticos en prensa, radio y televisión. Actualmente trabaja para el servicio en español de la BBC de Londres en Colombia. Es miembro de Medios para la Paz; participa en actividades de formación para periodistas y en el programa de la Procuraduría dirigido a las víctimas, que se llama Tiempo de la Verdad.

Hernando creció en Ibagué, un ambiente tranquilo, alegre y sin excesos. Le gustaba ir a la finca del Cañón del Combeima con su papá, montar a caballo, andar en triciclo por la Plaza de Bolívar, nadar y jugar en las calles de La Pola y en la plazoleta del antiguo Idema. Le encantaba la comida de su mamá, los paseos de olla y las salidas a comer empanadas de cuajada a Los Badeos. Recuerda especialmente el Parque Centenario y los ocobos florecidos, que no ha visto en ninguna parte del mundo.

María Claudia Parias Durán, su esposa, es bogotana, hija de madre huilense y padre que nació en Honda y creció en Bogotá. Es comunicadora social y master en Gestión Cultural de la Universidad de Barcelona. Hoy, es la directora de Asuntos Culturales de la Cancillería, y es responsable de la actividad cultural de Colombia a través de sus embajadas en el mundo. Tienen una niña, Mariana, de cinco años. Conversamos con Hernando sobre su formación y trayectoria como periodista.

LAC ¿Qué aspectos de la formación que usted recibió de su casa, y de Ibagué como su entorno inmediato, siente que le ayudaron a ser la persona que hoy es?
HSP. Yo creo que es clave haber nacido en eso que en Bogotá algunos llaman despectivamente provincia. También fue fundamental haber estudiado con muchachos de diferentes niveles sociales. En la casa y en el colegio, además, me enseñaron a tener conciencia social. Todo eso lo tengo siempre presente. Nunca olvido de dónde vengo ni pretendo ser lo que no soy. Aunque ya llevo casi dos terceras partes de mi vida en Bogotá, me sigo sintiendo profunda y orgullosamente ibaguereño y tolimense.
¿En qué colegio estudió?
Mis colegios fueron el desaparecido Santa Cecilia, de Cecilita de Rodríguez y el Cisneros, desde cuarto de primaria. El Cisneros tenía muy buena fama cuando entré. Aunque el edificio no era el más cómodo, y me dio mucho susto el primer día de clases estar en medio de tantos estudiantes, guardo muy buenos recuerdos de varios de mis compañeros y, sobre todo, de dos curas franciscanos, entusiastas y críticos, Fabio Vargas y Jairo Caro.
¿Hubo algo en el colegio, una clase o un profesor, que lo inclinara hacia el periodismo?
Ninguno en particular. Sin embargo, me acuerdo mucho del profesor de Física, Alonso Medina y del de Historia, Julio César Martínez, que nos puso a leer Grandes Conflictos Sociales y Económicos de Nuestra Historia, de Indalecio Liévano. También recuerdo la profesora de español, que era Blanca de Sánchez. Creo que todos ellos despertaron en mí inquietudes por lo que pasaba a nuestro alrededor.
¿Por qué decidió estudiar periodismo?
Casi por descarte, pero no me malinterprete. A mí me había gustado mucho el Derecho, tal vez porque mi papá estaba en la política, y también la Economía. Sin embargo, fue en quinto de bachillerato cuando empecé a hacer periodismo, en un periódico que tenía un nombre que no le auguraba mucho futuro a la publicación. Se llamaba Cisneros 76. Fue una experiencia fascinante. Con un par de amigos, César Gómez, que era el director y se dedicó a la aviación, y con Augusto Hernández, que ahora es abogado, hacíamos el periódico, la mayor parte de las veces, en mi casa. Yo escribía cosas que sonaban heréticas en un periódico estudiantil. Ahí fue cuando me picó el bicho del periodismo.
¿Cuál debe ser el papel del periodista frente a la tendencia a justificar la violencia en algunos sectores?
Creo que el deber de informar implica la obligación de hacerles comprender la realidad a los lectores, televidentes, radioyentes y cibernautas. Lamentablemente, en medio del periodismo light que se quiere colar por muchas rendijas, se cae con frecuencia en las simplificaciones. Y, la realidad de Colombia y el mundo es demasiado compleja como para que los periodistas sigan mostrándola en blanco y negro, cuando está llena de matices. Cuando uno ve Hotel Ruanda se da cuenta de todo lo que pueden alentar los medios y los periodistas un conflicto. Por algo, en este caso, se habla de los medios del odio. Yo creo que lo fundamental es hacer un periodismo responsable. Eso lo tengo claro desde hace varios años y trato de que lo aprendan mis alumnos de Ética Profesional en la Javeriana. Eso también me animó a ser uno de los fundadores de Medios para la Paz, que ya lleva diez años haciendo pedagogía en ese frente.
¿Cómo puede defenderse el periodista frente al periodismo de autocensura?
La autocensura se convirtió en el principal seguro de vida de los periodistas colombianos. Aquí ya no matan tantos periodistas como antes. Y, no es propiamente por obra y gracia de la seguridad democrática del presidente Uribe, sino porque muchos periodistas han optado por autocensurarse. Se trata de una autocensura frente a la guerrilla, los paramilitares, los narcos, las fuerzas militares, las autoridades civiles y eclesiásticas, los funcionarios corruptos, etc, etc. En esas condiciones, muchas noticias no se dan, muchos hechos no se cuentan, muchas cosas "no ocurren", muchas críticas no se hacen. La mejor arma contra la autocensura es contar la verdad. Si los periodistas no están dispuestos a hacerlo, es mejor que cambien de oficio, porque la falta de verdad está hundiendo a este país y lo está sumiendo en los autoengaños. Y, resulta que la búsqueda de la verdad es el principal mandato que tenemos los periodistas.
El problema es que no todos los periodistas se preocupan por el buen ejercicio del periodismo. ¿Qué les sugiere a estas personas?
Que sean más coherentes y que cambien de oficio. Creo que muchos periodistas cargamos con el lastre de esos colegas que se dedican a enterrar o minar la reputación de este oficio. Sin embargo, hay que decir que, a pesar de ellos, el periodismo sigue siendo un oficio apasionante y maravilloso.
¿Cómo se puede desarrollar un periodismo independiente en un país tan complejo como Colombia?
Teniendo siempre un polo a tierra. No nos podemos creer el cuento de que porque uno trabaja para tal o cual medio, tiene todo el poder del mundo. Tampoco podemos olvidar que no somos imprescindibles.
¿A pesar de todo lo que se ha hablado sobre el síndrome de la chiva, hay periodistas que continúan en esa línea de manipulación de la información, por lo menos en ciudades como la nuestra. ¿Qué hacer al respecto?
No hay una receta. Pero creo que se podrían hacer varias cosas. Entre otras, cambiar de emisora, de canal o de periódico y, si no hay más opciones, apagar el radio o el televisor, o cancelar la suscripción. También pienso que a las audiencias les falta ser más activas frente a los medios. A pesar de la acción de tutela, todavía no he visto ninguna en Colombia que exija, por ejemplo, el derecho a recibir información veraz e imparcial, como lo garantiza el Artículo 20 de la Constitución. Sería muy interesante ver qué pasaría el día que hubiera una acción de ese tipo. El problema es que, muchas veces, los periodistas sólo vemos una parte de la libertad de prensa, la que nos beneficia a nosotros, pero se nos olvida la parte a que tiene derecho toda la sociedad.
Y, ¿qué piensa del manejo que se hace de la chiva en Ibagué?
Esos que llevan décadas en el síndrome de la chiva en Ibagué pueden tener muy buenos ingresos publicitarios. Es más, pueden tener sus bolsillos llenos de plata. Pero tienen un déficit impagable en materia de credibilidad. Y resulta que ese es el principal patrimonio de un periodista. No desconozco que tener una chiva es apasionante, pero creo que el buen periodismo de hoy es el que da contexto y el que maneja la información de manera responsable.
¿Qué puede hacer el periodismo tolimense para apoyar el desarrollo del Departamento?
Ser consciente de que el mundo va más allá de la Plaza de Bolívar de Ibagué; que va más allá de Bogotá y que ni a Ibagué ni al Tolima va a llegar ningún salvador a sacarnos del foso, a menos que nosotros mismos estemos dispuestos a hacerlo.
¿Por qué se retiró de El Tiempo y volvió a EL NUEVO DÍA?
Si se refiere a la columna de opinión, le cuento que me fui de El Tiempo porque un día me llamó Antonio Melo. Sin pensarlo dos veces, le dije que sí. Si se refiere a mi trabajo como editor político, me fui porque me despidieron. Casi todo el mundo sabía en Bogotá, menos yo. Tuve que ir a preguntarle a mi jefe directo y se volvió un ocho tratando de negarlo. Finalmente, Roberto Pombo, el editor general, me dijo que el problema era que yo era "muy escéptico". Eso me produjo una sensación muy rara, porque yo sigo creyendo que esa es mi principal virtud como periodista: guardar las distancias y no comerme fácilmente los cuentos.
En general, ¿cómo fue su experiencia en El Tiempo como redactor político? ¿Cómo se manejan las fuentes? ¿La relación con el poder?
El Tiempo a veces pregona unas cosas y hace otras, como ocurre en muchos sitios de esta Colombia formal que riñe con la Colombia real. Tengo dos sensaciones muy distintas de mi trabajo con El Tiempo. La experiencia en City TV fue maravillosa, tal vez porque trabajé con mucha libertad. Juan Lozano, que era mi jefe, me dejaba hacer lo que yo sabía hacer y respetaba mis decisiones en el noticiero. La otra experiencia fue en el periódico como Editor Político. Siento que si sobreviví en ese mar tan bravo, soy capaz de hacerlo en cualquier otra parte. Lo lamentable es que el ambiente en el periódico era tan pesado, que yo me gastaba el setenta por ciento de mi tiempo defendiéndome de muchas personas de la Redacción. Así las cosas, sólo quedaba un treinta por ciento para crear.
Como soy malo para tragarme sapos, solía decir lo que pensaba; no disimulaba mis sentimientos y trataba de ser lo más independiente posible. Por eso, terminé chocándome con una "cultura periodística" muy condescendiente con el poder, que privilegia a los funcionarios y los congresistas por sobre todas las cosas. Creo que eso minó mi espacio y me fui quedando solo. Siento que el periodismo nunca puede olvidarse de que debe ser un fiscalizador del poder, pero muchas veces esta tarea se olvida. Como editor político terminé convirtiéndome en una piedra en el zapato, que molestó al Gobierno nacional y a las directivas del periódico.
¿Cuál ha sido uno de los grandes retos que la ha tocado afrontar en su carrera periodística?
Ser balanceado a pesar de mis pasiones.
Luego de la publicación de su libro La guerra secreta del cardenal López Trujillo, ¿tuvo usted algún acercamiento con el prelado?
Ninguno. Yo me sigo preguntando si no habría valido la pena haber intentado una entrevista con el Cardenal. Opté por no hacerlo, debido a las pésimas referencias que tenía sobre el personaje. Y preferí quedarme con sus respuestas por escrito a varias de las cartas que usé en mi libro. El libro está ahí y se defiende por sí solo.
¿En qué tema anda ahora? ¿Qué está leyendo?
Tengo una lluvia de ideas sobre posibles libros, pero todavía no arranco con ninguno. De pronto me aventuro por el lado de los cuentos. Estoy leyendo El Odio a la Democracia, de Jacques Ranciere, y empecé La Herencia de Ezther, de Sandor Marai.
¿Cómo le parece Marai?
Ha sido un descubrimiento muy refrescante y profundo. Creo que Marai tiene la virtud de escribir muy bien y de hacer pensar al lector sin enredarlo, porque le va contando las cosas a medida que describe y narra. Pero, además, me fascina la historia de ese escritor que produjo tantas cosas, que se suicidó y que se hizo famoso después de muerto. A veces lo que ocurre con los escritores vivos es que tienen unos egos tan grandes que no dejan ver la luz del sol, como diría Eduardo Lago, el director del Instituto Cervantes de Nueva York. Para mí, coincido con usted en que su mejor libro es El último encuentro, tal vez porque es una historia que gira alrededor de la verdad, un tema que me apasiona en todas las esferas.
¿Qué planes futuros tiene?
Quisiera tener el tiempo y la plata para ponerme a estudiar historia, aquí o afuera.

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